Desde que era muy pero muy pequeña tuve conflictos con la navidad; mi madre decidió que no incluiría a sus hijos dentro de la tradición de San Nicolás pues según ella el sufrimiento de saber la verdad excedía a la felicidad del mito, por lo que todas las navidades nos llevaban a la tienda para que nosotros personalmente escogiéramos nuestros regalos de navidad, que luego envolvían y guardaban bajo el arbolito de navidad hasta la noche buena. Esta practica tenia sus ventajas y en general nunca me queje. El escoger mis regalos me garantizaba que fueran exactamente lo que yo quería y esperaba, cosa que resulta bastante productivo cuando las personas no te conocen y no saben que es lo que te gusta en realidad. Pero por el otro lado esta la desesperación de saber que tienes lo que quieres pero no lo puedes utilizar, y mas aun, la decepción de ver como todos tus compañeros de escuela hacen su carta a San Nicolás y esperan con ansiedad su llegada mientras tus sabes que no es mas que una bola de mentiras, y lo que es aun peor, ver la cara de felicidad y sorpresa del resto de los niños, al abrir sus regalos y percatarse de que en realidad les ha traído aquello que esperaban; me deprimía la forma en que se jactaban de haber recibido sus regalos de Santa, y sus historias de cómo los había burlado y había introducido sus regalos en la casa sin que se dieran cuenta, aun cuando no tuvieran una chimenea por la cual entrara San Nicolás, y yo que si tenia chimenea no tenia a San Nicolás para que me trajera mis regalos.
Curiosamente, a pesar de no considerar a San Nicolás apropiado para sus propios hijos, si lo consideraban apropiado para los otros niños. Durante mi infancia (periodo del cual estoy hablando) vivía en un pueblo llamado Namiquipa (en el cual aun sigo pasando mis navidades con mis padres), en el pueblo hay mucha gente de escasos recursos debido principalmente a que Namiquipa es un pueblo agricultor y ganadero y que dichas actividades son de temporal. Mi madre como buena samaritana se encargaba todos los años de recolectar dinero de aquí y de allá, de compraba dulces, algunos juguetes, vestía a alguien del clásico San Nicolás (con su barba blanca y su traje rojo) y el 25 de diciembre a medio día salía por las calles del pueblo con su Santa, sus dulces y sus juguetes en la caja de su pick up, hacia un recorrido por algunas calles del pueblo tocando el clac son para alertar a lo niños y terminaba su recorrido en la plaza del pueblo en donde se repartían bolsitas de dulces a todos los que se reunían en torno a la plaza (sin importar la edad o el nivel socioeconómico al que pertenecieran) y se rifaban entre los presentes los regalos (por que claro esta, nunca había suficiente dinero como para comprar juguetes para todos los niños del pueblo) y en caso de que sobrasen bolsitas de dulces recorríamos los pueblos aledaños repartiéndolas hasta que se terminaban. Debo decir que era una experiencia muy bonita y gratificante, aunque en ese momento no lo sabia, esos dulces y juguetes eran lo único que muchos niños recibían para navidad y los incluía, en cierta forma, a los ritos navideños de los cuales hubiesen quedado excluidos de no haber sido por mi mama (que aunque no era la única que aportaba dinero ni tiempo, era el alma de la tradición, que murió el instante en que ella decidió que no podía hacerlo mas). El caso es que, a pesar de la satisfacción de ayudar a los demás, me resulta triste el pensar que durante toda mi infancia, para todos había San Nicolás por parte de mis padres, pero para mi no.